November 10, 2024

Desde la altura del terraplén del ferrocarril Roca -ese mítico tendido que se adentra en el profundo Sur del Conurbano- desde el tren se aprecia, a poco de salir de la terminal Constitución, cómo el urbano paisaje monótono de pronto estalla en múltiples colores. Son un puñado pequeño de cuadras… Apenas tres en el barrio porteño de Barracas, pero el viajero observador no podrá evitar fijar su atención en ellas. Se trata del Pasaje Lanín, cuyas fachadas fueron intervenidas pictóricamente hace 21 años por el artista Marino Santa Marina.

La intervención de la calle Lanín se realizó sobre 40 frentes de las casas que dan a ese tramo urbano que atesora las virtudes intimistas que se reservan los pasajes en las grandes urbes como Buenos Aires. La fusión de obra de arte con el escenario citadino va desde la Av. Suárez hasta la calle Brandsen. El Proyecto comenzó en 1998 con fotomontajes realizados con fragmentos de las obras de caballete del artista porteño, aplicados a fotografías de las casas en su estado original. Tal fue la repercusión lograda por la iniciativa que en 2013 la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires declaró al pasaje Lanín “sitio de interés cultural y turístico”.

En aquella primera etapa de la obra, Marino Santa María pintó con la participación de 20 ayudantes los frentes con los diseños elegidos. Se inauguró el 19 de abril de 2001. Una segunda etapa comenzó en 2005 con la incorporación de mosaico veneciano y azulejo partido con la técnica del trencadís catalán. En 2012 continuó aplicando mosaico y azulejo a la totalidad de los frentes con la innovación de incorporar relieves con los mismos materiales. Marino Santa María obtuvo el Premio a las Artes Visuales 2002 a la Producción de Arte Público por Calle Lanín, otorgado por la Asociación Argentina de Críticos de Arte.

En las obras de Marino Santa María se opera una síntesis entre dos pasiones del artista. Por un lado la pintura, que lo ha acompañado desde siempre, y por otro, las intervenciones públicas que caracterizan su producción de la última década. Con este tipo de obras, diseminadas no sólo en nuestra ciudad sino también en varias localidades del interior, Marino Santa María ha desarrollado su creatividad extrayéndola de los reducidos círculos que supuestamente le son propios, para derramarla en la calle, promoviendo acciones comunitarias que finalmente se han convertido en enclaves cívicos donde los ciudadanos, uniéndose para alcanzar mejores estándares de vida, imperceptiblemente han asumido compromisos estéticos, que impregnan también a quienes recorren estos lugares.

“Cuando los usuarios se apropian del espacio, su cuidado y calidad cotidiana mejora sustancialmente, convirtiéndose en lugares de encuentro, disfrute y nuevas vivencias para los vecinos y los casuales transeúntes. Siguiendo este concepto del Programa de Weber Saint-Gobain, desde el 2005 se han concretado más de 15.000m2 de murales en todo el País. Desde Weber Argentina, subrayamos esta visión de un artista que sin dudas transforma cotidianamente la calidad de vida de la gente. Esta comprensión del espacio público nos permitió entablar acciones con artistas de la calidad y calidez de Marino, proponiendo juntos mejorar el espacio de tránsito cotidiano de nuestras ciudades”, comenta Silvia Palmieri, Jefa de Comunicaciones y Marca de Weber y Megaflex Argentina.

Marino Santa María renovó el paisaje urbano de la zona, proponiendo hitos significativos de nuestra identidad cultural, entre ellos el recuerdo de su primer taller en un conventillo de La Boca; su admiración por Benito Quinquela Martín, precursor del arte público; de la música de Buenos Aires y su principal intérprete Carlos Gardel; y sobre todo la necesidad de preservar la memoria de quienes desaparecieron luchando por sus ideales y de las Madres de Plaza de Mayo.

“Mi primera intervención con mosaico fue en mi “lugar en el mundo”: la Calle Lanín, en la que viví durante mi infancia, en esa etapa en que cada momento es un juego, un descubrimiento del mundo. Allí crecí entre los cuadros y las cerámicas de mi padre, allí realicé seguramente mi primera obra de arte público que fue una rayuela, mientras la música de mis trenes me acompañaba.” Comenta Marino y continúa “Iniciado en el arte público por mis realizaciones en pintura, descubro pronto que el mosaico es una técnica que me relaciona de otro modo con la arquitectura, llegando a transformarse en un envoltorio de cada fachada sobre la que la aplico. Pero entre la obra y la arquitectura está el individuo, quien habita el lugar, no es un mero observador sino un actor que la vive, la recorre, la envuelve y forma parte activa de la obra. Intervenir un espacio urbano es reflexionar sobre la ciudad, es una búsqueda identitaria, es reflexión sobre la calidad de vida, sobre el ámbito de encuentro de los ciudadanos.”

El artista nació en Buenos Aires (Argentina) en 1949. Egresó de las escuelas de Arte “Manuel Belgrano” y “Prilidiano Pueyrredón”. Fue Rector de la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” (1992 a 1998); durante su gestión participó de la creación del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA). Declarado Personalidad destacada de la Cultura, por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en 2011. Actualmente se desempeña como Artista Plástico.

Marino resume claramente la idea de transformación de la ciudad en estas líneas: “Hay un arte que es el efímero que es de provocar una acción que evidentemente va a transformar a quien lo vive en ese momento. Y la otra forma es arte consolidado en donde además de lo anterior, hay una función urbanística, porque estás modificando el paisaje. en este caso tenés que pensar en las luminarias y las veredas, todo eso se fue dando en el tiempo en el Pasaje Lanín. Evidentemente modifica la calidad de vida del lugar”.

La visión de un artista que sin dudas transforma cotidianamente la calidad de vida de la gente. Esta comprensión del espacio público nos permitió nos permite entender que muchas veces estos espacios son “vacíos” de contenido, que por la dinámica de las ciudades contemporáneas tienden a proliferar sin raíces y desconociendo identidades. En este caso el aporte conjunto tiene entre sus resultantes la capacidad de otorgar sentido de pertenencia a lo público, para que lejos de ser de nadie pase a ser parte de todos.

 

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